miércoles, 29 de septiembre de 2010
DEIVIS GONZALEZ, UN VALE DEL ALMIRANTE: Dándole paso a la vida
ERICA OTERO BRITO - EL UNIVERSAL
Vestido con su uniforme que lo identifica como un facilitador del grupo Vales del Almirante Padilla, Deivis González Rodríguez escucha la propuesta de contar su vida para que otros jóvenes en riesgo tengan la certeza de que cuando se quiere se puede.
Tras un breve silencio, exclama con mucha tranquilidad: “me hice pandillero para defenderme. Después pelear se me convirtió en una necesidad, mi cuerpo lo pedía. Uno de los motivos por lo que uno no deja las pandillas es por lo que siente por los amigos. Ellos son los que te brindan su apoyo. En la retirada de una pelea es cuando tu compruebas la lealtad de tu grupo. Si te quedas de último, solo, y te dejan a tu suerte es porque no te consideran, pero si hay un sentimiento verdadero regresan a seguir exponiendo la vida por ti”.
Sentado, en la sala de visita del periódico El Universal, Deivis cuenta que creció, en el sector El Pueblito, (en las faldas de la Popa) al cuidado de su abuela materna desde los 9 meses de edad, cuando su madre se mudó de casa para formar un nuevo hogar. Siempre ha tenido contacto con ella, pero nunca ha vivido a su lado. A su padre, lo conoció apenas en el 2001, a punto de terminar el bachillerato. Se ilusionó con su ayuda para seguir estudiando, pero no ocurrió así.
Después de cumplir la mayoría de edad, sintió el deseo de ganar su propio dinero y como lo hacen varios de los jóvenes en las faldas de La Popa se dedicó a subir la mercancía de las tiendas que quedan en lo alto del cerro.
“Nos veíamos obligado a defender la mercancía porque si nos las robaban teníamos que pagarla. Con frecuencia los pandilleros de California nos atracaban. Un día uno de estos muchachos intentó atracar a mi mejor amigo, pero él se defendió con una piedra. Con tan mala suerte para mí que ese día él vestía una camiseta y una pantaloneta que yo le había prestado. Al día siguiente me puse esa misma ropa y fui atacado a piedras por varios amigos del atracador, quienes me confundieron con mi amigo”.
En retaliación nació la pandilla “Los Poquiticos” liderada por Deivis. El nombre se lo puso la misma comunidad al ver que eran sólo cinco muchachos haciéndole frente a pandillas que los superaban ampliamente en número de integrantes. Con el tiempo llegaron a ser más o menos 12.
“Hubo varios que se nos quisieron aliar, pero debimos decirles que no porque desconocían el origen de nuestro grupo y sólo querían aprovecharse de nuestro nombre para encubrir sus fechorías y drogarse”.
En el historial de peleas de Los Poquiticos se cuentan dos muertos de este bando. “El riesgo de morir ponía nervioso a nuestros familiares. La señora con la que yo vivía, (diez años mayor que él) se metió varias veces en medio de las peleas a sacarme. El tema de la familia es complicado, en mi caso y en el de dos primos que estaban conmigo en el grupo, el talón de aquiles era mi abuela. A nosotros no nos daba miedo enfrentarnos con cualquiera, pero cuando terminábamos de pelear nos escondíamos de ‘mami’ porque nos esperaba en la esquina para levantarnos a palo y eso nos daba pena. Una vez uno de nosotros le hizo un changonazo a un pelao de Palestina y del susto ese ‘man’ se cayó; entonces un amigo de nosotros que lo creyó muerto corrió para la casa de mi abuela a decirle que habíamos matado a alguien, esa señora ese día nos dio una tunda. Siempre me preguntaba si me iba a pasar toda la vida así”.
Cuenta regresiva
En el recorderis de su faceta como pandillero, Deivis saca de su billetera una carta escrita por él. “Este papel me acompaña desde el primer día de Los Poquiticos”. Es una carta muy fraterna en la que se despide de sus familiares y amigos en caso de morir en una de las riñas.
“En una pandilla uno está listo para morir en cualquier momento”. Sus propias palabras parecen haberlo inquietado interiormente porque inmediatamente él mismo se interpela. “La gente no alcanza a imaginar el valor que adquiere la vida cuando uno está en una pandilla. Son tantos los que te la quieren quitar que uno se obliga a estar a ‘seis ojos’ para defenderse”.
Son numerosas las afrentas que le vienen a la memoria a Deivis González, entre ellas la vez que pandilleros de los sectores de California, 7 de Agosto, Santa María y Rincón Guapo se unieron para ir hasta El Pueblito a tirarle piedra a las casas, en una abierta provocación.
“Todos corrimos a lo alto del cerro y nos agarramos de las manos en un acto de voluntad para no pelear, pero no resistimos. Había un pelao que lloraba porque no quería pelear, su mamá le había pedido que dejara de hacerlo, y fue el primero que se soltó de las manos. En medio de un aguacero, la pelea duró como dos horas y media, nos enfrentamos con changonas, con champetas y con piedras porque esa es la bala que nunca se acaba; la Policía llegó y delante de ellos seguimos dándonos. Dos de mis amigos resultaron heridos. Después de eso algo empezó a cambiar en mí, yo me metía en las peleas por acompañar a mis amigos, pero no peleaba, me quedaba en una esquina viendo quién tiraba la piedra y a quién le caía”.
El cambio estaba por llegar. Ya hacia más o menos año y medio de esta vida azarosa. En una riña vio como los pandilleros de California salvaron a uno de los suyos que había quedado tirado en la calle tras recibir una pedrada en la cabeza. “Mis amigos iban para encima de él, se salvó porque sus amigos se lo llevaron rápido. Eso me hizo preguntarme ¿si no muero en una de estas riñas qué va a ser de mi vida a los 45 años?, yo mismo me respondí que sería un fracasado porque el tiempo que tenía para aprovechar estudiando lo estaba invirtiendo en pelear”.
El cambio
En hora buena, al barrio llegó una comisión de Distriseguridad proponiéndoles oportunidades de estudio a cambio de dejar las afrentas callejeras.
Deivis fue el primero en oponerse y como tenía amplia influencia sobre sus amigos retraso lo más que pudo el proceso.
“Creer en la propuesta no fue fácil porque antes ya había ido la Policía y otras entidades que nos habían prometido lo mismo y al final habían salido con nada. Lo que nos convenció de Distriseguridad fue su insistencia, fueron tantas veces que yo no sé como no se cansaron. Ellos decían venimos tal día a tal hora y ese día nos íbamos todos para la playa para que no nos encontraran. Al ver que ante esto ellos siguieron yendo, decidimos escucharlos”.
El cumplimiento fue la acción con la que la comisión de Distriseguridad se ganó la confianza de Los Poquiticos. “Ellos nos dieron un teléfono para que los llamáramos en caso de que las otras pandillas fueran al barrio a provocarnos. Nosotros pensamos que cuando esto ocurriera ellos no iban a ir al barrio, pero sí fueron. Los de California se metieron a destruir las casas, los llamamos y se presentaron con cámara de video para grabar la prueba de que nosotros no éramos los provocadores. Esa vez nos quedamos sanos. Eso nos convenció”.
La siguiente acción fue conminar a la Policía para que con su presencia evitara los enfrentamientos. El acuerdo, que aun sigue vigente, es que apenas la comunidad note que los miembros de un grupo adversario están rondando el sector con ánimo de buscar bronca, se le de aviso a los uniformados para que estos hagan acto de presencia y así disolver la situación.
Con un camino allanado en la confianza, Los Poquiticos dejaron ayudarse. Hoy día varios sólo trabajan la albañilería porque sus responsabilidades familiares y horarios de trabajo no les permiten estudiar. Otros sí están aprovechando las capacitaciones que Distriseguridad les ha ofrecido.
En el caso de Deivis, desde un principio, su misión en este proceso ha sido la de liderar a los jóvenes para que declinen en su voluntad de cambio.
En estos momento, él vive las satisfacciones de una vida distinta. Con el acompañamiento de Distriseguridad completó los requisitos para trabajar desde hace ya un año con los Vales de Almirante Padilla, otra iniciativa gubernamental orientada a vincular laboralmente a ciudadanos vulnerados en sus derechos económicos y sociales para que sea agentes que promocionen el buen uso del espacio público y las buenas prácticas ciudadanas.
Vestido con su uniforme que lo identifica como un facilitador del grupo Vales del Almirante Padilla, Deivis González Rodríguez escucha la propuesta de contar su vida para que otros jóvenes en riesgo tengan la certeza de que cuando se quiere se puede.
Tras un breve silencio, exclama con mucha tranquilidad: “me hice pandillero para defenderme. Después pelear se me convirtió en una necesidad, mi cuerpo lo pedía. Uno de los motivos por lo que uno no deja las pandillas es por lo que siente por los amigos. Ellos son los que te brindan su apoyo. En la retirada de una pelea es cuando tu compruebas la lealtad de tu grupo. Si te quedas de último, solo, y te dejan a tu suerte es porque no te consideran, pero si hay un sentimiento verdadero regresan a seguir exponiendo la vida por ti”.
Sentado, en la sala de visita del periódico El Universal, Deivis cuenta que creció, en el sector El Pueblito, (en las faldas de la Popa) al cuidado de su abuela materna desde los 9 meses de edad, cuando su madre se mudó de casa para formar un nuevo hogar. Siempre ha tenido contacto con ella, pero nunca ha vivido a su lado. A su padre, lo conoció apenas en el 2001, a punto de terminar el bachillerato. Se ilusionó con su ayuda para seguir estudiando, pero no ocurrió así.
Después de cumplir la mayoría de edad, sintió el deseo de ganar su propio dinero y como lo hacen varios de los jóvenes en las faldas de La Popa se dedicó a subir la mercancía de las tiendas que quedan en lo alto del cerro.
“Nos veíamos obligado a defender la mercancía porque si nos las robaban teníamos que pagarla. Con frecuencia los pandilleros de California nos atracaban. Un día uno de estos muchachos intentó atracar a mi mejor amigo, pero él se defendió con una piedra. Con tan mala suerte para mí que ese día él vestía una camiseta y una pantaloneta que yo le había prestado. Al día siguiente me puse esa misma ropa y fui atacado a piedras por varios amigos del atracador, quienes me confundieron con mi amigo”.
En retaliación nació la pandilla “Los Poquiticos” liderada por Deivis. El nombre se lo puso la misma comunidad al ver que eran sólo cinco muchachos haciéndole frente a pandillas que los superaban ampliamente en número de integrantes. Con el tiempo llegaron a ser más o menos 12.
“Hubo varios que se nos quisieron aliar, pero debimos decirles que no porque desconocían el origen de nuestro grupo y sólo querían aprovecharse de nuestro nombre para encubrir sus fechorías y drogarse”.
En el historial de peleas de Los Poquiticos se cuentan dos muertos de este bando. “El riesgo de morir ponía nervioso a nuestros familiares. La señora con la que yo vivía, (diez años mayor que él) se metió varias veces en medio de las peleas a sacarme. El tema de la familia es complicado, en mi caso y en el de dos primos que estaban conmigo en el grupo, el talón de aquiles era mi abuela. A nosotros no nos daba miedo enfrentarnos con cualquiera, pero cuando terminábamos de pelear nos escondíamos de ‘mami’ porque nos esperaba en la esquina para levantarnos a palo y eso nos daba pena. Una vez uno de nosotros le hizo un changonazo a un pelao de Palestina y del susto ese ‘man’ se cayó; entonces un amigo de nosotros que lo creyó muerto corrió para la casa de mi abuela a decirle que habíamos matado a alguien, esa señora ese día nos dio una tunda. Siempre me preguntaba si me iba a pasar toda la vida así”.
Cuenta regresiva
En el recorderis de su faceta como pandillero, Deivis saca de su billetera una carta escrita por él. “Este papel me acompaña desde el primer día de Los Poquiticos”. Es una carta muy fraterna en la que se despide de sus familiares y amigos en caso de morir en una de las riñas.
“En una pandilla uno está listo para morir en cualquier momento”. Sus propias palabras parecen haberlo inquietado interiormente porque inmediatamente él mismo se interpela. “La gente no alcanza a imaginar el valor que adquiere la vida cuando uno está en una pandilla. Son tantos los que te la quieren quitar que uno se obliga a estar a ‘seis ojos’ para defenderse”.
Son numerosas las afrentas que le vienen a la memoria a Deivis González, entre ellas la vez que pandilleros de los sectores de California, 7 de Agosto, Santa María y Rincón Guapo se unieron para ir hasta El Pueblito a tirarle piedra a las casas, en una abierta provocación.
“Todos corrimos a lo alto del cerro y nos agarramos de las manos en un acto de voluntad para no pelear, pero no resistimos. Había un pelao que lloraba porque no quería pelear, su mamá le había pedido que dejara de hacerlo, y fue el primero que se soltó de las manos. En medio de un aguacero, la pelea duró como dos horas y media, nos enfrentamos con changonas, con champetas y con piedras porque esa es la bala que nunca se acaba; la Policía llegó y delante de ellos seguimos dándonos. Dos de mis amigos resultaron heridos. Después de eso algo empezó a cambiar en mí, yo me metía en las peleas por acompañar a mis amigos, pero no peleaba, me quedaba en una esquina viendo quién tiraba la piedra y a quién le caía”.
El cambio estaba por llegar. Ya hacia más o menos año y medio de esta vida azarosa. En una riña vio como los pandilleros de California salvaron a uno de los suyos que había quedado tirado en la calle tras recibir una pedrada en la cabeza. “Mis amigos iban para encima de él, se salvó porque sus amigos se lo llevaron rápido. Eso me hizo preguntarme ¿si no muero en una de estas riñas qué va a ser de mi vida a los 45 años?, yo mismo me respondí que sería un fracasado porque el tiempo que tenía para aprovechar estudiando lo estaba invirtiendo en pelear”.
El cambio
En hora buena, al barrio llegó una comisión de Distriseguridad proponiéndoles oportunidades de estudio a cambio de dejar las afrentas callejeras.
Deivis fue el primero en oponerse y como tenía amplia influencia sobre sus amigos retraso lo más que pudo el proceso.
“Creer en la propuesta no fue fácil porque antes ya había ido la Policía y otras entidades que nos habían prometido lo mismo y al final habían salido con nada. Lo que nos convenció de Distriseguridad fue su insistencia, fueron tantas veces que yo no sé como no se cansaron. Ellos decían venimos tal día a tal hora y ese día nos íbamos todos para la playa para que no nos encontraran. Al ver que ante esto ellos siguieron yendo, decidimos escucharlos”.
El cumplimiento fue la acción con la que la comisión de Distriseguridad se ganó la confianza de Los Poquiticos. “Ellos nos dieron un teléfono para que los llamáramos en caso de que las otras pandillas fueran al barrio a provocarnos. Nosotros pensamos que cuando esto ocurriera ellos no iban a ir al barrio, pero sí fueron. Los de California se metieron a destruir las casas, los llamamos y se presentaron con cámara de video para grabar la prueba de que nosotros no éramos los provocadores. Esa vez nos quedamos sanos. Eso nos convenció”.
La siguiente acción fue conminar a la Policía para que con su presencia evitara los enfrentamientos. El acuerdo, que aun sigue vigente, es que apenas la comunidad note que los miembros de un grupo adversario están rondando el sector con ánimo de buscar bronca, se le de aviso a los uniformados para que estos hagan acto de presencia y así disolver la situación.
Con un camino allanado en la confianza, Los Poquiticos dejaron ayudarse. Hoy día varios sólo trabajan la albañilería porque sus responsabilidades familiares y horarios de trabajo no les permiten estudiar. Otros sí están aprovechando las capacitaciones que Distriseguridad les ha ofrecido.
En el caso de Deivis, desde un principio, su misión en este proceso ha sido la de liderar a los jóvenes para que declinen en su voluntad de cambio.
En estos momento, él vive las satisfacciones de una vida distinta. Con el acompañamiento de Distriseguridad completó los requisitos para trabajar desde hace ya un año con los Vales de Almirante Padilla, otra iniciativa gubernamental orientada a vincular laboralmente a ciudadanos vulnerados en sus derechos económicos y sociales para que sea agentes que promocionen el buen uso del espacio público y las buenas prácticas ciudadanas.
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